Tomando algunas precauciones se pueden evitar muchos de los problemas que dan mala fama a los motores turbo.
La mayoría de las averías que se suelen presentar en los motores turbo, son consecuencia del desgaste de los casquillos sobre los que giran las turbinas que generan el caudal y presión de aire suficiente para que el turbo funcione correctamente. Estos casquillos se lubrican con el mismo aceite del motor, pero giran a muchas más revoluciones que el cigüeñal, con lo que necesitan lubricación adicional.
Antes de parar el motor, hay que dejarlo a ralentí durante unos segundos, puesto que si se detiene de repente, el turbo sigue girando sin presión de aceite hasta que baja de revoluciones. Esta fricción genera un pequeño desgaste, que a la larga acabará estropeándolo. Otra cosa a evitar, es arrancar el motor acelerando. El turbo empieza a girar a muchas revoluciones antes de tener la suficiente presión de aceite, cosa que también provocará averías innecesarias.
Hay que tener en cuenta que los vehículos equipados con turbo deben llevar un aceite específico. Aunque los aceites modernos normalmente cumplen esta especificación, para evitar averías imprevistas lo mejor es asegurarse de utilizar un aceite de motor adecuado.
Recomendaciones:
- Llevar siempre el aceite de motor a nivel, en buen estado y que cumpla las especificaciones del fabricante.
- No arrancar el motor acelerando, y si es posible, dejarlo unos segundos a ralentí para que coja un poco de temperatura antes de iniciar la marcha.
- Dejar el motor unos segundos en ralentí antes de parar, porque el turbo tenga tiempo de bajar de revoluciones.
- Con el motor a temperatura de trabajo, periódicamente se aconseja hacer alguna acelerada a plena carga en 2ª o 3ª velocidad, así se limpia la geometría variable del turbo.
Siguiendo estas pautas tan simples, podemos alargar la vida de un turbo considerablemente, sin olvidarnos de que una conducción brusca no es nada beneficiosa ni para el turbo, ni para el motor.